Brava mirada sobre la sexualidad femenina y sus traumas.

“A partir de ahora no lo llamaremos vulva”.
Esta aseveración en sentido negativo, entre otras tantas de la segunda película de Elena Martín, podría condensar la valiente, honesta y también perturbadora base analítica y argumental de otra obra más que notable del Cine español contemporáneo. Para mi, intrínsecamente necesaria. Porque cuando su madre la recibe de la pequeña Mila (Mila Borrás), turbada, invadida por primera vez por la reacción cutánea que la va a acompañar hasta la edad adulta, la niña concluye “Lo llamaremos culete de delante”. Y yo no puedo evitar pensar, como siempre, que el lenguaje es importante, que define nuestra realidad, que nos define como seres humanos que piensan y sienten, que muestra tanto como oculta lo que no se puede representar. Y esta imposibilidad expresiva, eufemística, que deriva a su vez de la vivencial y emocional, es para mi la clave y el gran logro de la propuesta de Martín. El tabú y el trauma psico-social se ponen de manifiesto.
Desde que la nueva obra de la directora catalana se alzó con el reconocimiento a la mejor película europea en la Quincena de cineastas del pasado Festival de Cannes, ha suscitado en mi un interés creciente que por fin se ha saldado con su estreno en salas españolas el pasado fin de semana. La vida de Mila, en lo concerniente a su sexualidad y a su deseo sexual, es plasmada por la directora con un tono semiconfesional y muy autoconsciente en su complejidad, en su desorientación y en su inquietud, respecto al que muchas mujeres nos podemos sentir representadas en mayor o menor medida. Porque apela a aspectos personales, íntimos, clarividentemente interconectados con imposiciones socio-culturales conformadoras del pensamiento patriarcal dominante.


La directora ensaya esta reconstrucción de la experiencia sexual de su protagonista en tres etapas esenciales de la vida: la infancia la adolescencia y la edad adulta, pero en orden inverso. Comienza con la Mila adulta, interpretada por la propia Elena Martí -una elección creativa, por cierto, que no me parece en absoluto aleatoria-, cuando regresa al hogar de veraneo familiar en la Costa Brava buscando un cambio, una suerte de alivio o reparación de la crisis de deseo que está viviendo con su pareja Manel (Oriol Pla). Es por tanto una vuelta todavía inconsciente al origen vital y traumático.
Durante ese regreso, en la adolescencia, la Mila de 15 años (Claudia Dálmau) aprenderá que el deseo llevado a cabo la condena socialmente, “No sabía que eres tan guarrilla, con la cara de buena que tienes”, le espeta ese primer amor estival que tanto deseaba. Apunta así la cineasta directamente a la excepción moral que continua pendiendo sobre el deseo femenino, que se debe reprimir -otra vez-, que atenaza y que obliga a negarse a una misma los instintos. En este punto hay que señalar que existe ya un amplio catálogo de estudios de género que ahondan en la lacra de la estigmatización social adolescente de las que algunos llaman “putas”. De hecho, Mila terminará alejándose de esa amiga con la que inauguró la noche y las aventuras sexuales, esa que comparte videos sexuales en la red, mientras su amigo de siempre, que parece estar enamorado de ella, la castiga con las habladurías del pueblo.


Asistimos a continuación a la niñez descubridora, de potentes connotaciones freudianas sobre los deseos edípicos de la infancia, respecto a ese padre (Àlex Brendemüh) al que la hija reclama una correspondencia, que para una niña resulta natural y espontánea, pero que para este adulto, como para cualquier otro -y desde luego para el propio espectador-, es desconcertante y perturbadora. Una constante en el tono narrativo, que Martín explota con sensibilidad y argucia, sobre la base de las teorías psicoanalíticas más influyentes del pensamiento occidental -aquí no puedo dejar de citar el extraordinario film hustoniano Freud/Freud, pasión secreta también comentado en este mismo espacio de Cine-, y que a su vez apuntala con los resultados de un vasto trabajo de campo, en el que ella y su co-guionista Clara Roquet (El adiós, Libertad) entrevistaron a muchas mujeres a lo largo de la prolongada escritura del film. Y en este primigenio triángulo amoroso, por supuesto, también jugará un rol esencial su madre, mucho más consciente del dolor de su hija de lo que resulta perceptible, como veremos en determinados pasajes posteriores -esa conversación tras la ruptura de Mila con Manel, y ese libro regalado años atrás, están cargados de significado-.

Pero el posicionamiento más radical del film en forma y fondo, lo desarrolla Martín durante la constante e intermitente adultez de su relato, cuando ataca sin concesiones, con sensibilidad, en su fragilidad y en su fortaleza, la confusión y desesperación de Mila. Es una mujer que ama a Manel, un hombre progresista a priori, comprensivo, que termina por no ser capaz de lidiar con una situación que inevitablemente les arrastra hacia la separación. La mirada exhaustiva sobre las pulsiones emocionales, la filmación sin pudor de la fisicidad del cuerpo de Mila -es inevitable remitirnos aquí, con un tono mucho más sutil, desde luego, al celebérrimo director de la nueva carne-, enfermo, erupcionado, frígido, en algunas ocasiones incluso odiado y lastimado, incapaz de desear y gozar, constituyen en mi opinión la gran victoria artística de la cineasta. Su apuesta por hacer emerger una realidad sepultada y oculta, entre sus propias luces y sombras, en exteriores luminosos e interiores oscuros, que la fotografía naturalista y orgánica de Alana Mejía González convierte en la misma metáfora del proceso introspectivo de Mila. Porque, pese a la crudeza, a la incertidumbre futura, este viaje culmina en el agua sanadora del mar Mediterráneo, en esa estampa final inolvidable, cruda, triste, pero también esperanzadora, del cuerpo desnudo, expuesto, anhelante, que busca la curación -como todas esa veces que su madre cubría de ungüentos la piel lastimada de nuestra protagonista-. Una composición que parece echar la vista atrás, hacia tantas otras representaciones en el Arte de cuerpos femeninos inertes en el agua -«Ofelia»-, con la salvedad de que aquí Martí nos reta a mirar con ganas hacia la vida. Y de esta manera, la pequeña odisea personal de Mila, profunda, plagada de errores y aciertos, consigue humanizarla a ella y a sus compañeros y compañeras de vida, también a la audiencia en nuestra conexión con el film, para conformar una reflexión auténtica sobre determinadas problemáticas psíquicas y socio-culturales del desarrollo sexual de las mujeres, de alcance universal.

© Maria Verchili Martí.
Gracias María por el análisis 👏🏾👏🏾
Gracias a ti por el interés, Isabel.
La película condensa importantes cuestiones psíquicas y socio-culturales sobre la sexualidad y el deseo femeninos, tratados con sensibilidad y valentía.
El deseo femenino reapropiado en una narración quizás autobiográfica de la directora. Un tema muy querido para la analista, en un nuevo y profundo estudio que muestra, como dijo Wittgenstein, que los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo
Sí, ese «Tractatus», conocido principalmente de oídas, a mi me convence sobremanera. La película se va construyendo sobre el lenguaje, la imagen, la acción, para componer un buen análisis de una temática todavía muy oculta. Me parece una obra valiosa.
Si pones el título de la película, año y nombre de directora, más tu idea principal en el título se mejora el SEO y la indexación
Hola Francisco. Sí lo sé. Pero a veces esa manera no cuadra con mi idea de titulación. Lo tengo en cuenta. Gracias.
Como siempre, muy buen análisis. La película no la he visto, pero después de leerte has despertado mi interés por sumergirme en este asunto tan peliguado y casi siempre tratado en el cine bajo el punto de vista masculino. Sin duda la veré. Gracias María por tu recomendación. Un abrazo 🤗
Muchas gracias, Ana. Creo que cuando veas, la película te interesará, y me encantará conocer tu punto de vista. Otro abrazo fuerte de vuelta.
La consideración de la práctica del sexo, del deseo sexual, en hombres y mujeres, si no ahora, hace unos años, no demasiados, se ha considerado de maneras muy distintas, casi opuestas, por la familia, por la sociedad en general. La película lo refleja muy bien. La somatización de ese deseo insatisfecho, criticado, en forma de brotes urticariales que acompañan a muchos traumas es muy real.