“El agua” (2022). El debut torrencial de la cineasta española Elena López Riera.

Ana (la debutante Luna Pamies) semisumergida en el agua desbordada del río maldito en el film «El agua» de la directora española Elena López Riera.

Como repetía incansable, a partir de cierto momento de su trayectoria allá por los primeros años 70s del siglo pasado, cada vez que tenía oportunidad, la actriz y videorealizadora feminista francesa Delphine Seyrig, las mujeres tienen que proceder a contar sobre sí mismas. Porque si no se cuentan -si no nos contamos-, los tipos femeninos que conocemos en el Cine, y en el Arte en general, son los que han construido los hombres desde su alteridad. Interesantes, valiosos, por descontado, pero sin duda incompletos. Y desde luego menos precisos, no tan auténticos. Desde aquellos tiempos, evidentemente la autoría femenina en el Cine se ha ido abriendo paso desde variadas vertientes, como la experimentación y la vanguardia, el Cine social y político o la poesía visual más elaborada. Desde las pioneras del Cine silente hasta las rutilantes autoras de los años revolucionarios del siglo XX, muchas más mujeres han contribuido a construir un legado artístico imprescindible. Pero yo considero, continuo considerando, como consideró Delphine, que todavía faltan muchas miradas femeninas por emerger.

En base a este convencimiento, celebro la emergencia de una película como «El agua» (2022), de Elena López Riera. En primerísimo lugar, porque su hermoso y meritorio estreno en el largo, es para mi sobre todo un ejercicio testimonial, personal, íntimo y humano. Remite a todas esas cosas que vivió y aprendió en su Orihuela natal, familiar y socio-cultural, a las experiencias que la convirtieron en la persona y en la cineasta que es hoy, y que ya quedaron de manifiesto en una interesante carrera en el formato corto con propuestas como «Pueblo» (2015), «La Vísceras» (2017), y «Los que desean»(2018) -esta última especialmente hermanada con el film que nos ocupa, por la presencia de la colombicultura, allí de manera protagónica, aunque es constatable el interés de la cineasta por determinadas realidades autóctonas a lo largo y ancho de sus propuestas precedentes-.

En el arranque de la acción Ana y sus amigas conversan con chavales del pueblo. Esa misma mañana conoce a Jose (Alberto Olmo).
En el palmeral cercano al río, Jose sigue a Ana, conversan más íntimamente y se besan por primera vez.

En este sentido, antes de profundizar en los estimulantes factores en interconexión que vertebran el film, quisiera destacar una vez más el valor de retornar a los orígenes, al lugar de procedencia, el potente significado de asumir la redirección a ese microcosmos vital donde nos formamos y conformamos, para además ser capaces de sustraernos a las querencias más características de la propia personalidad, para recuperar el acervo cultural compartido por medio de un análisis de inspiración sugerentemente antropológica. Porque López Riera ha tomado sus riesgos, que para mi son sus victorias. Ha decidido rememorar desde la ficción los mitos y las leyendas, siempre atávicos, esencialistas, construidos desde la tradición y la transmisión oral. Como ella misma afirma, se perderían, como siempre se han perdido, si ella no hubiese colocado su cámara semidocumental delante de algunas mujeres cercanas de su pueblo para que hablen -y salvando por supuesto todas las distancias, para mi hay aquí un acto político, una postura de reivindicación del saber siempre silenciado que es muy generacional, que a mi me recuerda siempre a mi abuela Pepita y a todas sus historias sobre la guerra civil y la postguerra-.

Ana y su madre Isabella (Bárbara Lennie) en un expresivo plano frente a la puerta del bar que regenta la segunda. Ambas, junto a la abuela Ángela, siempre han sido miradas con desaprobación por la gente del pueblo.

Desde su misma grandiosa carta de presentación, la película de López Riera construye su trama desde la especial y obsesiva relación de las gentes de la Vega Baja valenciana con el elemento líquido esencial para la vida. En estas tierras colindantes con la desertificación del sur de España, apenas llueve. Pero cuando llueve, diluvia. El agua arrasa, destruye y arruina. Los desbordamientos cíclicos del río Segura son parte constitutiva de la memoria colectiva de esta comunidad y de sus desgracias compartidas-precisamente la última crecida aniquiladora, de la que todavía no se han recuperado, tuvo lugar en el año 2019, apenas unos meses antes de que la directora comenzase a trabajar en su proyecto-.

Y partir de este fenómeno natural tan idiosincrático de la zona, López Riera conecta con la creencia tantas veces escuchada de que ciertas mujeres “tienen el agua dentro”. Así nos lo cuentan directamente ante el objetivo en los fragmentos documentales del film, que quedan a su vez entrelazados en nuestra percepción con la visión fantasmagórica de aquella novia perdida en la noche. Cuando el caudal se desborda, las atrae sin remisión hacia la desaparición y la muerte porque las desea. Y precisamente, su protagonista Ana (Luna Pamies, un gran descubrimiento del Cine español que ha visto compensada su deslumbrante actuación con la nominación en los premios Goya), como su madre Isabella (Bárbara Lennie), propietaria de un bar de extrarradio siempre solitario, y como su abuela Ángela (Nieve de Medina), forman una familia matriarcal semimarginada por su falta de acomodación a ciertos estándares regidos por la moralidad. En consecuencia, quizá podrían pertenecer a esa estirpe extraña de mujeres condenadas. López Riera establece de esta manera una metafórica identificación de la realidad y el prejuicio socio-cultural con la fantasía mística, que va a ir desarrollando a lo largo de todo su relato.

Desde su comienzo, sentados chicos y chicas en un embarcadero del río maldito -así lo califica enérgicamente Maria, porque así se lo contaba su abuela- después de una noche veraniega de juerga, el film tiene un tratamiento marcadamente naturalista en la plasmación de los deseos, de las frustraciones, de las ansias de abandono del lugar -un tema este que López Riera abordó previamente en “Pueblo”, ya que forma parte de su compleja relación con la tierra que la vio nacer-. De manera complementaria, además, pone especial atención en las formas de pensamiento de Ana y sus amigas, en sus inquietudes e ilusiones, a sus trabajos fabriles -también en las tareas del campo, estructurales de la economía de la comarca, y mayoritariamente copadas por los varones-, para conseguir una precisa incisión sociológica en las problemáticas juveniles desde una perspectiva de clase -una cuestión, la del acceso a la realización de películas por parte de las clases no dominantes que López Riera también ha reivindicado-, que queda reforzada por la condición no profesional de sus intérpretes.

Ana y la tercera mujer de su familia matriarcal, su abuela Ángela (Nieve de Medina), viuda de un hombre que por su propio relato podemos intuir que amó pasionalmente hasta que la violencia de género se manifestó.
Ana volviendo a casa en la noche.

Paralelamente, en su vertiente dramática, esa misma noche inaugural Ana conoce a Jose (Alberto Olmo), un chaval que parecía forastero, cuando en realidad es el hijo de un empresario agrícola local. Ana sabe que la gente chismorrea sobre su fingida estancia en el extranjero, pero se va sumergiendo sin poder evitarlo en otro río, el del primer amor. Porque conforme avance el verano y su querer, la muchacha comenzará a percibir en su interior la fuerza del agua, mientras en los telediarios y en los noticiarios radiofónicos, todo nos va anunciando la fatídica llegada del temporal -inevitable para mi pensar en la bíblica lluvia de ranas de “Magnolia”, de Paul Thomas Anderson-.

En el cenit del metraje, con el desastre natural ya desatado, López Riera nos regala algunos de los pasajes visualmente más poéticos, evocadores y también fatalistas del film, como el plano general de la carretera central del pueblo totalmente inundada en los tonos grisáceos de la tempestad, o la estampa de nuestra protagonista tumbada boca arriba en el agua desbordada con la determinación de saldar cuentas, a la vez que retoma con fuerza su impronta no ficcional para insertar fragmentos audiovisuales verticales tomados directamente por los vecinos y compartidos en las redes sociales durante la última gran riada ya referida, junto a imágenes periodísticas de archivo de la destrucción.

Y al final, todo parece encajar dentro de esta inundación argumental y formal. López Riera ha sido capaz de completar una mixtura cinematográfica arriesgada y estimulante, que no exenta de algunas disonancias en el ritmo narrativo, consigue en mi opinión una genuina conexión del espectador con lo que desea contarnos, con su universo y con sus inquietudes íntimas, con una personal mística de la femineidad construida desde su memoria.

Porque como nos dice Ana para terminar -y es como si hablara Elena-, “Ahora soy yo la que va a contar mi historia”.

Rescatando este inolvidable plano final de Ana, las distribuidoras nos recuerdan que la película se estrenó en la prestigiosa Quincena de realizadores del Festival de Cannes de 2022. En la próxima edición de los Premios Goya 2023 opta a sendos premios de mejor dirección novel y mejor actriz revelación para Luna Pamies.

© Maria Verchili Martí.

8 comentarios en «“El agua” (2022). El debut torrencial de la cineasta española Elena López Riera.»

  1. Qué análisis tan profundo de una película de aquí. El agua es una potencia fecundadora y destructora. Dices que funde lo documental y lo ficcional, y que, independientemente de irregularidades, su valor es claro. Dónde la has visto?

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  2. La película deja imágenes que enlazan con obras pictóricas (Ofelia de Milllais) o cinematográficas (Melancholia, de Von Trier). ¿Acaba Ana con la maldición?

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  3. Fabuloso y entrañable texto, se nota que esta peli te ha calado íntimamente.
    Yo destacaría de la peli su altísimo grado de hiptonismo visual-sensorial-poético que te mantiene literalmente abducida durante todo el metraje. Y ¿qué decir de esa tradición oral de mitologías locales transmitida vía abuela-madre-hija? Creo que casi todas tenemos alguna historia mágica -que guarda alguna moraleja- que recordamos en boca de nuestras abuelas.

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