«Pacifiction» (2022), de Albert Serra.

No hay paz en el paraíso.


El actor francés Benoît Magimel en ese potente pasaje del film en la noche oscura previa a la revelación, que se ha convertido en la estampa promocional del film «Pacifiction» de Albert Serra (2022).

Es tan inusual que la película de un cineasta español haya sido encumbrada a la cima del Cine de 2022 por la legendaria revista ‘Cahiers du Cinema’, como que esa producción internacional nos traslade al exotismo remoto de la mismísima Polinesia, territorio galo de ultramar, donde los entresijos de los mecanismos de ejercicio del poder, en esta ocasión en el contexto post-colonialista, se erigen en el núcleo del análisis.

Pero en su propuesta, Albert Serra va más allá, en un tono narrativo coherente con sus indiscutibles señas de identidad autoral -he de señalar que pese a otorgarles su valor artístico, no me han seducido especialmente hasta la fecha-, para componer una densa, oscura, decadente y hasta irritante amalgama de thriller político y cinéma noir, que termina por apuntar directamente a la degradación moral de nuestros tiempos en clave sociológica.

Desde su mismo arranque, en ese travelling lateral que recorre los armatostes metálicos de transporte de mercancías por barco en el puerto de Tahití, nos quiere dejar claro que el capitalismo depredador global hace tiempo que alcanzó a este paraíso hermoso. Pero es que además, opta por comenzar con una estampa innegablemente representativa de la uniformidad comercial de esta civilización, para generar así una potente contraposición con el oriente lejanísimo y especialmente idealizado en la mirada occidental, donde se va a desarrollar la acción. Allí, como recortado metafóricamente sobre la frondosidad selvática y la subyugante singularidad cultural aborigen, nos presenta al Alto Comisionado del Estado francés, Monsieur De Roller (Benoît Magimel, en una interpretación pletórica), su personaje central, en cuya composición se condensa y cataliza el entramado analítico de Serra.

De Roller es el paradigma del perfecto medrador, al que no se le escapaba un solo asunto de relevancia política o económica en una comunidad dividida por la ocupación occidental. Siempre pertrechado en su traje blanco de lino y sus gafas oscuras, ejerce sus funciones y aprovecha sus evidentes privilegios -aquí es inevitable recordar otros antecedentes cinéfilos, como el cónsul británico Geoffrey Firmin de «Under the volcano»/»Bajo el volcán» de John Huston- mediante una diplomacia tan modélica en su forma como inconsistente en su fondo. Es la exacta manera de conducirse que requiere su posición. Es la misma vacuidad que recibe en contraprestación de sus interlocutores, empresarios turísticos semimafiosos, grupos de presión local y por supuesto altos representantes de la Marina francesa. Porque entre veladas nocturnas -muchas y muy disfrutadas de nuestro protagonista bonvivant»- y ensayos de bailes folclóricos, en la isla se ha instalado el rumor de que se van a reanudar los ensayos nucleares que ya causaron estupor veinte años atrás. En este punto, hay que dirigirse directamente a la realidad histórica de la zona para recordar que en el año 1974 una nube radioactiva pudo contaminar a no menos de 110.000 tahitianos .

De esta manera, a través del relato de sus idas y venidas cotidianas, intensificadas por el temor a una amenaza todavía indeterminada conforme vaya avanzando el metraje, y siempre precedidas por la entrada en escena del coche oficial, tan blanco como su indumentaria, Serra compone ante nuestros ojos un fresco socio-político y cultural de los valores comunitarios contemporáneos, de los intereses geopolíticos en liza y de los comportamientos humanos, radicalmente inquisitivo y perturbador, que además consigue mantener en la forma de un enigmático rompecabezas hasta el mismo final.

Desde el punto de vista temático, la tensión por la amenazante acción militar, se entrelaza con la perversión ociosa y nocturna del Comisionado y de todos los demás personajes concomitantes, siempre en ese antro de ambiente casi putrefacto regentado por Morton (un silencioso y en apariencia intrigante Sergi López)-, donde nos muestra además unos cuantos pasajes de índole sexual, premeditadamente depravados, y contaminados por la prostitución de las mujeres locales para uso occidental. Como no puede quedar un títere con cabeza, también es relevante señalar ese instante en el que la escritora francesa de prestigio más que cuestionable acaricia en la clandestinidad a una de las bailarinas, que no parece estar disfrutando de la circunstancia. Y desde luego, entre los implicados tahitianos no se puede dejar de enfocar hacia la especialmente enigmática recepcionista del hotel Shannah (Paoha Mahagafanau), un personaje que va entretejiendo las bases de la acción en torno a De Roller de una manera que resulta desconcertante. En lo evidente, inicia una relación sentimental con él, pero al mismo tiempo parece formar parte esencial del plan fallido del Comisionado -o contra el Comisionado-.

A nivel narrativo, Serra contagia al devenir de los acontecimientos ese ritmo tedioso, casi aletargado, como el de la misma isla y sus habitantes. Consigue de esta manera una sugerente fusión de fondo y forma, que queda apuntalada por la vacuidad y la inconsistencia de las conversaciones -es aquí donde la película puede llegar a irritarnos- . Todos sus personajes hablan sin decir nada, comunican más en los silencios, en las miradas, en sus pausas de reflexión y pensamiento, que con esas palabras protocolarias que siempre ocultan sus auténticas intenciones.

Y en cuanto a su estética, a mi modo de ver el film resulta apabullante en la virtuosa fotografía del escenario natural y cultural, que nos retrotrae sin remedio a la obra cumbre de Francis Ford Coppola «Apocalypse Now», entre otras. Artur Tort, que ya había colaborado con Serra en anteriores propuestas, impregna sus fotogramas de una coloración ultrasaturada de incuestionable vistosidad.

Para ir finalizando, no me puedo resistir a rememorar otro plano secuencia lateral, estando ya cercano el desenlace, que sobre la iluminación azulada enlista a cada uno de los personajes en conflicto mientras fingen divertirse en el club nocturno que los ha venido reuniendo unas cuantas noches, con el acompañamiento musical de ‘I like your style’, en la voz de Freddy Butler. Y entonces el Almirante saltará por fin a la pista de baile. Hermosamente perverso.

En definitiva, la última película de Albert Serra, cuyo título juguetea con los idiomas y con los significados de las palabras para contraponer ideas como la paz -subterfugiamente falsaria- con la ficción -nuevamente una simulación de la realidad-, no sé si es la mejor película, pero desde luego para mi es un título imprescindible para la cinefilia del pasado año cinematográfico por su singular composición y belleza.

© Maria Verchili Martí.

7 comentarios en ««Pacifiction» (2022), de Albert Serra.»

  1. Hola María. Un análisis detallado y profundo de una película exótica que muestra el conflicto cultural y económico de las metrópolis colonialistas en los paraísos colonizados. La calma de los Mares del Sur fue descrita con genio por Jacques Brel en su último álbum, en Les Marquises. El acercamiento de Serra lo emparentas en algún personaje con Under the Vulcano de Huston. Es un gran referente. Felicidades

    Responder
  2. Hola María. Un análisis detallado y profundo de una película exótica que muestra el conflicto cultural y económico de las metrópolis colonialistas en los paraísos colonizados. La calma de los Mares del Sur fue descrita con genio por Jacques Brel en su último álbum, en Les Marquises. El acercamiento de Serra lo emparentas en algún personaje con Under the Vulcano de Huston. Es un gran referente. Felicidades

    Responder

Deja un comentario