Una mirada cinematográfica al fenómeno norteamericano de los falsos predicadores.

Hay películas que nos resultan interesantes por su valor como documento histórico y sociológico. Y en este es el caso a mi parecer de la adaptación a la gran pantalla de la novela de Sinclair Lewis de 1927. Richard Brooks fue un guionista y director que se significó muy especialmente por estos ejercicios de traslación al lenguaje cinematográfico de textos literarios de gran calidad.
En mi recuerdo cinéfilo más vívido está su maravillosa y escalofriante recreación fímica sobre la no menos impactante experiencia como lectora que fue “In cold blood”, de Truman Capote, aquella obra inaugural de lo que dio en llamar novela de no-ficción -texto y film me produjeron una intensa impresión en aquellos años descubridores-. Brooks también recurrió a los textos teatrales del imprescindible analista de los claustrofóbicos ambientes familiares y sociales del Deep South norteamericano, Tenesse Williams, componiendo nuevamente dos extraordinarios y archiconocidos melodramas, “Cat on a tin hoy roof” (1958), con el estelar protagonismo de Elisabeth Taylor y Paul Newman, y “Sweet birth of youth” (1962), nuevamente con Newman y Geraldine Page, así como a la novela de Frank O`Rouke “A mule for the Marquesa” para dirigir el emblemático western crepuscular “The professionals” (1966). Y hasta se atrevió con “Los Hermanos Karamazov”, en un potente drama de época protagonizado por Yul Brinner, o con “Lord Jim”, con un pletórico Peter o’Toole.


Y en “Elmer Gantry”, nombre de su inmoral y oportunista protagonista (Burt Lancaster), relata con expresividad exacerbada, ese fenómeno tan desconcertante desde miradas ajenas al acervo cultural norteamericano -aunque no cabe duda de que se replicó en otras muchas latitudes del mundo, quizá con menor intensidad- de la estafa religiosa. Los falsos predicadores evangélicos, aprovechando la desesperación colectiva en los tiempos de la Gran Depresión, montaron lucrativos tinglados pseudo-religiosos, y de paso contribuyeron a construir una subcultura de valores socio-políticos de tinte conservador, que según unos cuantos historiadores ha tenido una importancia esencial en la conformación confrontada de la sociedad norteamericana hasta nuestros días. A mi parecer Estados Unidos se fue construyendo a lo largo del siglo XX en base a una pugna constante entre el ideario progresista y el reaccionario. Y desde luego el fervor religioso, caracterizado por importantes dosis de fanatismo y nacionalismo excluyente, sirvió de hilo conductor para la propagación de la derecha política en amplias capas de la población.
Aquí, la presentación de Gantry no puede ser más ilustrativa. Seductor, borracho y jugador sin oficio conocido, pasa una noche más en un tugurio lejos de casa (y de su esposa) intentando evitar pagar la cuenta. Y por medio de la incursión de una de esas voluntarias recaudadoras de fondos biblia en mano, Brooks nos anuncia una nueva posibilidad para Gantry de supervivencia lucrativa poniendo en juego su atractiva verborrea. A la mañana siguiente, tras dejar su habitación de hotel con prostituta alcoholizada en la cama, y se encuentra con una reunión religiosa y con una hermosa predicadora de la salvación y el amor de Dios -y también podemos deducir que sus razones originarias responden más bien al deseo de satisfacción del amor carnal-.

Dos pájaros de un tiro para el estafador, que pondrá toda la carne en el asador para ganarse la confianza de la hermana Sharon Falconer (Jean Simmons), con el objetivo de pasar a formar parte de su misión evangelizadora. Juntos forman un dúo en el que los alucinados sermones demoníacos de él, se contraponen al aura de auténtico misticismo de las intervenciones de ella -ciertas confesiones que Sharon le confía al calor de la pasión nos hacen dudar, pero el devenir final de la profeta nos devuelve una sensación de autenticidad-.



Justamente, Brooks introduce con audacia un contrapunto analítico representante de esa otra América progresista a la que me refería al comienzo. El periodista Jim Lefferts (Arthur Kennedy) acompaña a la congregación en sus periplos con el objetivo periodístico de desentrañar sus razones e intereses auténticos, y su función nos sirve a los espectadores de vía de cuestionamiento de la realidad socio-cultural que nos muestra. Queda constatado que mientras su admiración por la hermana aumenta conforme la va conociendo, tampoco alberga ningún género de dudas sobre el perfil psico-social de Elmer. En este sentido, es evidente que el desenlace de la historia parece confirmar sus impresiones. Una mujer entre tantas del pasado del falso predicador buscará venganza ante la más que improbable notoriedad del antiguo amante que la abandonó. Lulu Bains (Shirley Jones) urdirá una trampa, apelando a su insaciable apetito sexual, para chatajearlo. Y la crisis entre los recientes enamorados y misioneros propiciará otras más dramáticas en un tramo final de devastación material y muerte.
En el plano actoral, la interpretación desbocada de Lancaster, en mi opinión ajustada a las exigencias de la idiosincrasia del personaje, le recompensó con el único premio Oscar de su carrera. Y la construcción de Simmons resulta suficientemente convincente.
En definitiva, esta es una película de calidad más que notable, dentro de la excelente filmografía de Richard Brooks. Y también es indudablemente interesante como testimonio histórico -y sin duda polémico-, a juzgar por la advertencia previa que dirige al espectador, de tendencias ideológicas que han ido conformando una faceta de la cultura socio-política norteamericana.



© Maria Verchili Martí
(Artículo originalmente publicado en el blog amigo y admirado El Acorazado Cinéfilo https://www.bachilleratocinefilo.com/)