«Incendies», la obra maestra de Denis Villeneuve (2010)

Magnífico cartel promocional de la película del director canadiense Denis Villeneuve, con esa potencia magenta que nos introduce con intensidad en el conmovedor relato.

Cuando una película nos ofrece su carta de presentación como un artefacto peligroso, amenazante, que nos puede llegar a quemar, la predisposición del espectador se va conformando en un sentido determinado. Pero, ¿de qué incendios nos va a hablar aquí Villeneuve?? Varios y complejos. Emocionales y estrictamente materiales. Familiares y socio-políticos. Bélicos. Metafóricas deflagraciones tan interesantes y complejas, tan intensas también, como lo son las realidades personales de sus protagonistas. Y aunque siento reiterarme, cuando una película arranca con la lúgubre secuencia del rapado al cero de unos chiquillos de no más de 12 o 13 años, ya uniformados convenientemente, esa sensación terrorífica de la guerra, del reclutamiento de los dramáticamente llamados “niños soldados”, también resulta inevitable, inquietante. Parece que estamos en algún lugar de Oriente Próximo que en ningún momento será explicitado -pero aun sin un conocimiento previo del origen del creador de la obra teatral en la que se basa la película, casi todos pensamos en Líbano-.

El dramaturgo líbano-canadiense Wajdi Mouawad estrenó «Incendies» el 14 de marzo de 2003 con la compañía Abé carré cé carré. «Incendies» forma parte de la tetralogía «La sangre de las promesas«, junto con «Litoral», 1997), «Bosques» (2006) y «Cielos» (2009), publicadas en español por la editorial Krk.
El elenco de la celebrada versión en España a cargo de Mario Gas en el Teatro Abadía (Ramón Barea – Hermile Lebel, El Médico, Abdessamad, Malak
Álex García –  Simon, Wahab y El guía
Candela Serat – Jeanne
Alberto Iglesias – Ralph, Antoine, Miliciano, El conserje, El hombre, Chamseddine
Laia Marull – Nawal joven
Nuria Espert – Jihane, Nazira, Nawal
Lucía Barrado – Elhame, Sawda
Germán Torres– Nihad).

Y a continuación, muchos años después, en 2019, en Canadá, la difunta Nawal Marwan (magnífica Libna Azabal) reúne a sus dos hijos Jeanne (Melissa Désormeaux-Poulin) y Simon (Maxim Gaudette), ante el notario Jean Lebel, amigo personal y jefe durante muchos años de Nawal para la lectura de su testamento. Sin embargo, los hermanos se encontrarán con la encomienda de una promesa incumplida sin la que no podrá ser sepultada con ataúd y lápida. Deben entregar dos cartas, una a su desconocido hermano, y la otra a su padre que creían muerto. Un segundo arranque todavía más potente a nivel narrativo y estimulante para el espectador, que dará el pistoletazo de salida a una búsqueda física y emocional inicialmente asumida por Jeanne hasta que el devenir de los acontecimientos concite en el país originario de su madre también al hermano -explícitamente crítico en el inicio con las que considera las rarezas de siempre de Nawal-.

La mirada de un niño soldado, que se convertirá en un adulto capital en la historia y en la vida de Nawal, derriba la cuarta pared mirándonos directamente a los ojos. Un gesto de complicidad inicial, retador, que aun no entenderemos en esos compases iniciales de la narración. En el momento oportuno cobrará todo su terrorífico significado. El niño-soldado es el hijo abandonado.
Los hijos de Nawal, Jeanne y Simon asisten con incredulidad a la apertura del testamento de su madre. A partir del encargo de la difunta respecto a su desconocido hermano y a su padre muerto, comenzarán un proceso de conocimiento de sus ancestros de trascendencia vital en su propia identidad.
Jeanne emprende inicialmente sola el camino, hasta que su hermano reaccione ante la importancia de la misión encomendada y se traslade con ella al país del que su madre huyó. Entre los dos irán reconstruyendo una historia vivencial, la de Nawal radicalmente marcada por el odio religioso, la guerra, la violencia y un azar de connotaciones edípicas.

A partir de este momento, Villeneuve, por medio del uso de flashbacks narrativamente discontinuos, nos cuenta quien fue Nawal y como fue su vida, a la par que nos lleva a acompañar a Jeanne en la búsqueda encomendada, en una suerte de contraposición vital y emocional que transmite con una certera eficacia las relaciones afectivas en esa especial familia.

Con Jeanne descubriremos que Nawal pertenecía a una familia cristiana y se enamoró de un refugiado musulmán. Ese amor no le fue permitido y se marchó a la ciudad a la Universidad, permaneciendo políticamente muy activa durante los tiempos de tensión previos al estallido de la guerra civil.

Sin duda, el conflicto bélico es uno de los grandes incendios metafóricos de este relato. Pero me siento en la obligación de destacar ese otro, contenido dentro del primero, consecuencia insalvable de aquel, en un maquiavélico proceso sin fin, que calcinará el autobús en que Nawal viajaba -una secuencia terrorífica-, y marcará sus futuras creencias y acciones. En este sentido, el cuestionamiento que Villeneuve nos ofrece sobre los desastres humanos en nombre las religiones confrontadas, sintetizándolos en la persona de esta mujer, tiene un potencia filosófica muy destacable en el conjunto del cine contemporáneo. Pero es que además, esos desastres tendrán un efecto expansivo nuevamente en el insospechado encuentro de Nawal con otra persona de su pasado que quedó marcado con tres puntos en el talón del pie derecho. Ella, “la mujer que canta”, la presa número 72, perderá la voz, aniquilada por el que llaman “Abu Tarek” -aquí Villeneuve recurre muy acertadamente a la elipsis, aunque las palabras de despedida del torturador se queden retumbando en nuestras cabezas “- Ahora sigue cantando”-. Pero conseguirá reconciliar su alma con el amor más profundo y en el odio más descarnado, cuando sus hijos completen la promesa.

El emblemático plano del momento argumental en el que Nawal toma una decisión que determinará sin remedio el devenir de su vida. Hasta entonces, no había podido elegir. Las normas familiares del honor la habían obligado a abandonar a un hijo.
El terror de la violencia entre facciones religiosas.
Muerte y desolación en el interior del autobús que llevaba a Nawal en la búsqueda de su hijo perdido.
Nawal toma las armas, asesina a un líder cristiano y es condenada a prisión. La violencia genera violencia y más violencia en un juego de dominó terrorífico que se ha apoderado de muchas zonas de nuestra civilización, y específicamente de Oriente medio.
Durante su encierro, y en su condición de presa política, nuestra protagonista es sistemáticamente torturada.
La tortura sexual es un arma de guerra presente en todos los conflictos armados. Una violencia específica sobre las mujeres y las niñas y niños de consecuencias inenarrables para sus víctimas.

En esta ocasión, he desarrollado una descripción críptica de una buena parte de esta recomendación, ya que esta perspectiva resulta indispensable para las personas que se decidan a acercarse a la película por primera vez -su resolución es absolutamente brillante, sorprendente y reveladora-, y totalmente comprensible para los que conocen su desenlace. Y desde luego quería destacar que me ha parecido un film de más que notable factura formal, destacable nivel interpretativo, y sobre todo, de una significación filosófico-social, histórica y humana certera. Sin duda, nos encontramos ante una obra maestra contemporánea imprescindible de un autor con voz propia en este desajustado estado de las cosas que nos contempla, que ha conquistado hasta el fondo mis inquietudes personales y socio-políticas. Como digo casi siempre, cuando se trata de analizar ese malnacido invento de la guerra y la violencia, esta es una película necesaria.

En este preciso instante, muchos años después en una piscina de Canadá, Nawal se reencuentra con su hijo. La perversión del odio, la violencia y el azar alcanza su cenit en este desenlace insospechado. Una lección humanista del mejor Cine contemporáneo.

© Maria Verchili Martí.

(Artículo originalmente publicado en el blog amigo y admirado El Acorazado Cinéfilo https://www.bachilleratocinefilo.com/).

2 comentarios en ««Incendies», la obra maestra de Denis Villeneuve (2010)»

  1. Volví a verla por que hace mucho que no la veía y la recordaba pero vagamente.Para mi la historia de Nawal es lo mejor de la peli,es verdad que los hijos en la actualidad la complementan,pero lo interesante para mi es la dura vida que tuvo esa mujer y la fuerza mental que demuestra a pesar de todo lo q le sucede.

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    • Hola Patri. Desde luego la historia de Nawal es el eje central de este brutal alegato antibelicista. Es increíble la historia de esta mujer. Ese desenlace a mi me dejó sin palabras. Es el terror y la maternidad colapsando con una intensidad… Inimaginable. Y la reconstrucción de sus hijos desde el presente funciona también como una enseñanza, un legado brutal para la vida. La peli me parece una obra maestra contemporánea. Yo me la perdí en su momento. Y una amiga querida insistió mucho en que tenía que verla. Desde entonces he seguido a Villeneuve. A mi me tiene conquistada. Muchas gracias por tu participación.

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