
El Cine es más hermoso que la vida.
No hay atascos ni tiempos muertos.
Avanza como un tren atravesando la noche.
Hemos nacido para ser felices con nuestro trabajo. Haciendo Cine.
Estas palabras las pronuncia el director Ferrand (François Truffaut). Van dirigidas a su actor protagonista Alphonse (el imprescindible, el alter ego, el chiquillo triste por los cuatrocientos golpes de la vida, Jean-Pierre Leaud). Nos situamos en un momento crítico del rodaje de una película -y aun vendrán unos cuantos más-. El rodaje de una película, ese proceso creativo, milagroso, accidentado,… Un simulacro de catarsis vital que para algunos creadores es el Cine. No es la primera vez -ni será la última- que acudo nostálgica, risueña, decepcionada, divertida, a los films del amante de las mujeres, del soñador sin cura, con todas sus infinitas, irredentas contradicciones, del enamorado de la pantalla grande, de uno de los grandes practicantes del Cine-vida, que al final siempre termina reconfortándome el alma.
Porque es posible que su vida-Cine, su impronta confesional, alcance la máxima expresión intrínseca en este relato conmovedor. El Cine dentro del Cine, ya se sabe. Ese ejercicio especialmente exigente, íntimo, que desnuda singularmente a la persona en su obra ante la percepción y la sensibilidad de los que también amamos el Cine. Pero, es que además, aquí mi adorado Truffaut sube la apuesta, da otra vuelta de tuerca para entretejer una maraña de paralelismos e intersecciones constantes entre la ficción y la realidad.

Truffaut comienza por dedicar su película a Gillian y Dorothy Gish, dos reinas del Cine silente norteamericano que tanto admiró. E inmediatamente nos sitúa en ese mítico arranque, tan estimulante, de un plano secuencia general de una plaza concurrida, filmada con un dinamismo de cámara vitalista, que transmite auténtica cotidianeidad, hasta el punto de que la primera vez que vemos la película creemos encontrarnos en una vida real contada. Hasta que conocemos que el hombre que observamos es un marido abandonado en la trama de una película. Al encontrarse con su padre le abofetea unas cuantas veces, una con cada toma general de la secuencia, y otras tantas más con la filmación de la escena concreta -en la vida solo sería una, en el Cine, son todas las que hagan falta-. La propia secuencia en sí misma, con la salida del metro, la coordinación de los todos los extras -la señora con el perro, el coche blanco y el coche rojo-, el uso de la famosa grúa, es una disección maravillosa y espléndidamente filmada en un plano general ligeramente cenital de la tarea misma de la filmación, es una declaración absoluta de amor por el Cine -y creo que además es un guiño a las pasiones amorosas del que llegó a afirmar que «El Cine es el arte de la mujer”, el film se llama “Les presento a Pamela”-.



Ya en Niza, para proseguir el rodaje en los estudios “La Victorine”, nuestro cicerón también se esforzará por compartirnos sus querencias cinematográficas, en ese paquete que llega al despacho de producción cargado con libros sobre Luis Buñuel, Ingmar Bergman, Robert Bresson, Jean-Luc Godard -¿aun no se habían peleado?- y, por supuesto, Alfred Hitchcock, o en la placa de la calle Jean Vigo, por donde transita la caravana de rodaje en ruta hacia la curva de la carretera donde filmarán el accidente -el mismo punto trágico donde murió Françoise Dorléac-. Pondrá en boca del veterano Alexandre la bonita anécdota de la lluvia añorada y simulada en la mansión californiana de Hedy Lammar, uno de los rostros más hermosos del celuloide universal, amén de brillante inventora -estoy segura de que eso no lo sabía Truffaut en los tiempos de elaboración de su propuesta-, y también el recuerdo de aquella actriz maravillosa, la madre de Julie, que nunca se acostumbró a trabajar por partes, como se hace en el Cine -en un estreno de una de sus películas, exclamó “¿Yo he hecho eso? Pero si me pasaba todo el día esperando”-.



Pero en mi opinión, donde la película alcanza sus más altas cotas de emocionante humanidad y realidad vital cinematográfica, es en el generoso ejercicio de recreación coral del trabajo de su equipo. Su director, que es él mismo, siempre presente, sueña cada noche con un niño -otra vez él, Antoine Doinel-, vestido como el vagabundo más universal del Cine, avanzando hacia un lugar misterioso, que hacia el tramo final del film, se descubrirá en la reveladora imagen de una sala de Cine donde se está proyectando precisamente “Citizen Kane”. Pero se mantiene intencionadamente contenido en la interpretación y en la narración -en absoluto como Truffaut, director real de películas, aunque sí que se reivindique en la definición del director como aquel “al que todos acuden planteándole problemas para resolver”, o se haya presentado obsesionado con un jarrón chino del hotel, que casi como si se tratase de una revelación, debe decorar el salón de la ficción-. Sus protagonistas son sus actores y actrices. Absolutamente impagables, tanto su veterana actriz Severine (Valentina Cortese), triste, alcoholizada y sobrecogedoramente obsesionada por las marcas del tiempo en su rostro -el eterno problema de las actrices-, como su galán igualmente mayor Alexandre (Jean-Pierre Aumount), pero risueño y encantador -él no tiene que preocuparse por sus arrugas-. Respecto a esta dicotomía de la edad y el género de los intérpretes, resulta especialmente conmovedora toda la secuencia sobre los problemas de retención de su texto de Severine, que en un momento de desesperación propone recitar números. Y añade, «Lo hago siempre con Fellini”, a lo que Ferrand le contesta que en Francia no se puede hacer porque se graba con sonido directo .¿podría tratarse de otro guiño ligeramente malévolo?



Por descontado, Truffaut se esfuerza con su joven protagonista, Jean-Pierre Leaud siempre, enamorado de una mujer corriente Lilliane, que lo abandona por su infantilismo ególatra -exactamente igual que le va a ocurrir en la ficción-. Es particularmente divertida la explicación de la novia a la fuga, ante la reprimenda de Julie por el daño que le va a causar al joven actor “Necesita una mujer, una amante, una niñera, una enfermera y una hermana…Los demás no tenemos la culpa de que tuviese una infancia dura”-impronta autobiográfica truffautiana en estado puro-. Y desde luego queda rendido sin remisión ante la hermosa estrella inglesa Julie (Jaqueline Bisset), que se incorporará en último lugar al rodaje, envuelta en la expectación por su estado emocional -acaba de superar una depresión y se ha casado con su psiquiatra, que a su vez ha dejado a su mujer e hijos para estar con ella-. Entre los mil momentos sublimes de la película, aquí querría destacar la sensual secuencia en la que el francés acaricia con su mirada la preciosa espalda de su actriz, reflejado su rostro en un espejo, mientras estudia los diálogos recientemente modificados -de hecho, en unas cuantas ocasiones, serán las reflexiones vitales de Julie sobre su propia existencia, las que inspiren la escritura de nuestro director siempre alerta, “Estoy decidida a vivir sola”, poniendo de relevancia de esta manera cuál es su genuina fuente de inspiración, y colando un pensamiento emancipador de paso-.

Porque la otra indispensable fuente creativa es la absolutamente memorable ayudante de dirección, Joelle (una jovencísima y maravillosa para mi Nathalie Baye), que ejemplifica a la perfección el amor incondicional, el esfuerzo sin recompensa, el sacrificio elegido y la pasión por el oficio, cargada con un sentido de realidad en enloquecida deficiencia por todas partes a su alrededor. Suyas son unas cuantas intervenciones clarividentemente ilustrativas de lo que digo. Por ejemplo, cuando ante la huida de Lilliane reflexiona casi directamente hacia la audiencia “Yo dejaría a un tío por una peli, pero una peli por un tío, nunca…”. Pero me quedo sin duda con su apresurada despedida de Ferrand, “Nos veremos en la cola del paro”, le dice él. “Ficharemos juntos”, contesta ella. Como no puedo terminar sin homenajear muy especialmente, a la maquilladora multifuncional Odile (Nike Arrigi) -que terminará muy felizmente la aventura-, y a Bernard, el hombre orquesta, que tan pronto alecciona a un lindo gatito en una secuencia memorable, como reivindica su derecho a no fabricar el jabón natural, que caprichosamente solicita la estrella, porque no está en el guion -lo acabará resolviendo la omnipresente Joelle, aunque no sin negarse a llevárselo ella misma a Julie, alegando que “Como el cocinero de “La regle du jeu”, admito regímenes, pero no manías”-. Bernard será también el encargado de hacer las atropelladas declaraciones de clausura ante la prensa con todo el proyecto al borde del colapso, “Ojalá el público disfrute tanto como nosotros haciendo esta película”.


La ilusión que me lleva a incluir en este espacio mi homenaje personal a la obra maestra de François Truffaut es la misma que me ha atraído como un imán desde que puedo recordar a las salas de Cine. Porque como a Truffaut, probablemente el Cine me salvó la vida. Y aun así, François no escatima en dramatismo con la trágica muerte de Alexandre, llevando en mi opinión su discurso simbiótico del Cine-vida hasta sus últimas consecuencias. Algunos han nacido para ser felices con su trabajo. Y otros hemos nacido para disfrutarlo. Porque ¿el Cine es la vida? ¿O la vida es el Cine? Je ne sais pas.
Solo una cosa más. El homenaje sin fin a la era analógica del Cine, que ya no volverá. Julie hace de intérprete para Ferrand ante el especialista británico recién aterrizado de Londres, “La escena del accidente se rodará en noche americana”. ¿Y qué es? Simular que es de noche cuando se filma de día colocando un filtro sobre el objetivo”.
En fin, que esta película adorada es además una clase magistral de Cine y de Cinefilia, es la representación perfecta de la gran familia cinéfila. Para mi es un título indispensable para tempranos descubridores de la magia de la pantalla grande.
Y es una película maravillosa.


© Maria Verchili Martí.
Truffaut. Le cinéma-vie. Es un homenaje al cine, a la infancia, al amor y quizás a los actores y actrices. Tu estudio es emotivo y detallado. Felicidades María.
Sí. Cine-vida a la enésima potencia. Un homenaje a todo lo que apuntas, y una autodisección personal tan vívida, tan conmovedora. Sé que soy una fan apasionada de MR. TRuffaut, pero es que creo que hay pocos creadores que hagan tan patente todo lo bueno que el Cine nos puede traer a la vida. Muchas gracias, Francisco. Viniendo de ti es un acicate para seguir. Un abrazo.
El cine dentro del cine,los entresijos del rodaje,las relaciones personales y profesionales que se establecen,la presión de los productores,los cambios de última hora,la planificación de las grabaciones…..
Me pareció muy interesante y Truffaut haciendo de sí mismo.
Sí. Yo creo que no hay una peli de Metacine tan minuciosa, con tanto detalle, tan humana, y tan cercana. Reconozco que no soy del todo objetiva. Siempre veo más en el Cine de Truffaut,.. Es como mi novio de Cine. Un amor imposible.
Es la primera película que vi de Truffaut -de muy jovencita en el cineclub de Talavera- y me dejó fascinada. Tu texto refleja tu pasión inequívoca por el cine de este gran cineasta.
Yo recuerdo cuando la vi en TVE quizás un sábado, en los años 80. Y luego, durante semanas, meses, años, toda mi vida, no podía dejar de sentirla, de ver sus imágenes, oír su música….
Qué bonito recuerdo, Francisco. En la tele la hicieron seguro en los 80s, porque yo la recuerdo de bastante niña, y como de fondo, porque no estaba capacitada para comprender casi nada. Cuando por fin la volví a ver, es de esas películas que te quedan grabadas.
Es muy especial. Qué suerte la tuya, que la viste tan jovencilla y en un Cineclub -tal y como hubiese quertido Truffi😊😁-.¡Muchas gracias, de corazón, Ana!(se agradece mucho la fidelidad).
Es muy especial. Qué suerte la tuya, que la viste tan jovencilla y en un Cineclub -tal y como hubiese querido Truffi😊😁-.¡Muchas gracias, de corazón, Ana!(se agradece mucho la fidelidad).