Trouble in Paradise/Un ladrón en la alcoba (1932), Desing for living/ Una mujer para dos, (1933) y Bluebeard’s Eighth Wife/La octava mujer de Barbazul (1938).

Hace mucho tiempo que le debía su espacio especial -en absoluto solitario-, a este creador excepcional para mi. Y poniendo además un poco de imprescindible sentido del humor al asunto, haciendo honor a las genuinas señas de identidad de Ernst Lubitsch, no voy a rememorar una película, sino tres. Un buen trío de esos que tanto le gustaban al berlinés, uno de los maestros de la más alta comedia, el imprescindible inaugurador de un estilo de análisis de las relaciones humanas, y específicamente amorosas, maravillosamente vitalista y divertido. Un estilo que creó escuela. Ese “toque” tan especial que conseguía sortear cualquier obstáculo (dígase, censura), amén de ofrecernos un deleite sin parangón. El mítico “toque Lubitsch”, ese no se sabe muy bien qué, que convertía las propuestas cinematográficas de este ilustre emigrado judeo-alemán en Hollywood en artefactos socio-culturales de incuestionable interés. Y para muestra un botón, especialmente significativo para mi: aquella famosa frase atribuida a su discípulo más ilustre, mi adorado Billy Wilder, “¿Cómo lo haría Lubitsch?”. Eso parece que contó Wilder en varias ocasiones. El aprendiz de mordacidad, humor e inteligencia emocional por quilates, tenía incluso un cartel en el lugar donde escribía sus guiones, que le invitaba a reflexionar sobre la manera en que una determinada situación argumental sería resuelta por su maestro.
Es muy difícil elegir entre el extraordinario legado lubitschiano en el ámbito de la comedia, pero tratando de seguir por esa vía desenfada, hedonista y exquisita, tan propia, y descartando cimas absolutas, pero mucho más conocidas como The Smiling Lieutenent/El teniente seductor, (1931), Ninotchka (1939), The Shop Around the Corner/El bazar de las sorpresas (1940), o To Be or not to Be/ Ser o no ser (1943), traigo por aquí estas tres películas de su etapa norteamericana, para celebrar el mejor Cine vitamínico que se puede encontrar, tres absolutos tesoros imperecederos de la comedia.

Trouble in Paradise/Un ladrón en la alcoba (1932).
La primera pata de este trío espléndido es una deliciosa crónica amorosa entre ladrones y ladronas de muy variado pelaje guionizada por un habitual de la casa, Samson Raphelson. Sobre las notas de la canción que le da nombre, nos situamos en Venecia, y ya de primeras se insinúa que el paraíso es un concepto incierto: un barquero de camino a su sofisticado lavoro tira la basura en un gran contenedor infesto de aquellos años. Inmediatamente, un hombre sale por una ventana de una estancia y su sombra, a contraluz en la noche, se deshace de lo que podemos presuponer que es un bigote para disfrazarse. En el siguiente plano, el cuerpo de un hombre yace en el suelo, unas mujeres detrás de una puerta -la primera de otras tantas, inconfundible marca de la casa- se preguntan qué ha pasado, el sujeto trata de incorporarse, pero se desploma. Y por fin, un vigoroso travelling lateral por las ventanas del edificio nos lleva hacia la habitación de uno de nuestros protagonistas, Gastón Monescu (Herbert Marshall), un falso barón que aguarda en el balcón para cenar con una mujer. Y tiene que ser una velada muy especial, hasta el punto de que la luna debe estar en el champán -así se lo trasmite a su mayordomo que ni corto ni perezoso toma nota como si se tratara de la comanda-. Mientras en el hotel del inicio, tele-operadoras y personal del servicio alertan a la policía sobre el crimen cometido, nuestra otra rutilante estrella, Lily (Miriam Hopkins) llega atribulada a su cita con su casanova. Se completa así el juego de las dobles identidades, ya que ella tampoco es la condesa por la que se hace pasar. Entre tanto, ya sabemos a ciencia cierta que a aquel hombre aturdido le han robado 20.000 liras, y que el autor del robo es el más famoso ladrón del mundo, nuestro Gastón, enamorado de una eficaz carterista que no le va a la zaga.



Desde luego, toda la secuencia de la ansiada cena es una de esas delicias insuperables del Cine de Ernst Lubitsch. Lily y Gastón se reconocen recíprocamente como lo que son en realidad. Entre el fingimiento y el deseo, se van dando cuenta de la sustracción por parte de Lily de la cartera, que Gastón a su vez había robado previamente. Al ir a mirar la hora, también le falta el elegante reloj, que nuevamente ella le devolverá con una mirada extasiada, mientras ahora es ella la que echa en falta su preciosa pulsera. De esta manera sellan su amor, y lo que pasa después, como en tantas otras ocasiones nos lo tenemos que imaginar detrás de la puerta con un cartel de “No disturb” que invade el plano -me pregunto si fue esta la primera vez que se hacía uso de este recurrente recurso del Cine-.



A continuación los amantes se trasladan a Paris con un plan preconcebido. Y sobre la estampa de la torre Eiffel, se nos informa de un gran robo, un valiosísimo bolso de diamantes, y también se nos va presentando a la tercera actora en liza, no hay aroma más extraordinario que el de los Perfumes Colette, y la viuda heredera Colette (Kay Francis) se autodefine al más puro estilo irónico Lubitsch, “El matrimonio es un error que dos personas cometen juntas”. El truhan conseguirá la recompensa ofrecida por la dama, y esta quedará tan prendada que le ofrecerá el puesto de secretario personal. Y todo se irá complicando. Los legendarios juegos cifrados de puertas seguirán estando muy presentes -ya lo dijo Billy Wilder, Lubitsch expresa más con el plano sostenido sobre una puerta, que cualquier otro con una bragueta bajada-. Como las contraposiciones de espejos, expresión de las identidades cambiantes y confusas, que le sirven para sugerir siempre la base del equívoco vital, de las falsas apariencias, de la relatividad fútil de las personas y sus circunstancias. También, cuando Gastón esté con Colette en su dormitorio, el engaño del criminal a la rica viuda, se sintetizará con la proyección de sus sombras sobre la cama, que más tarde será solo la de ella, cuando por fin descubra la auténtica identidad de su asistente. Aunque finalmente, otras verdades quedarán al descubierto, el mayor ladrón durante largos años será de cuello blanco, al que Colette, como buena aliada de su casta, en ningún caso se planteará denunciar, -una vez más, como en “Cluny Brown”, por ejemplo, Lubitsch aprovecha para airear los impúdicos trapos sucios de los más ricos y poderosos-.


Entre tanto, otra vez contemplaremos los juegos de travellings por las ventanas, ahora para seguir y contraponer a la Lily despechada, que acude a robar los 100.000 francos de la caja fuerte de la que cree su rival, mientras el amor se pone en duda, hasta la resolución del embrollo, que os conmino a descubrir disfrutando de la película.


Desing for living/Una mujer para dos, Ernst Lubitsch (1933).
Para continuar, este trío se va a poner especialmente provocador, posibilista, para contarnos una historia de amor muy especial. Porque, aun con todo lo que ya conocemos de la impronta del berlinés, su propuesta argumental en esta ocasión me parece rabiosamente moderna, y evidentemente irreverente -no olvidemos que estamos en el año 33 del siglo pasado, si bien es cierto que en época pre-Code-. Tom Chambers (Frederic March) y George Curtis (Gary Cooper) son dos artistas norteamericanos, dramaturgo uno -como bien señala en su presentación, exitoso escritor de obras que nunca llegan a estrenarse- y pintor, el otro, que se dirigen en tren a Paris. Justo en ese vagón -y no podía ser más encantadora toda la secuencia de introducción de nuestro trío protagonista- conocen a una atractiva compatriota Gilda Farrell (Miriam Hopkins), que se dedica a la ilustración publicitaria.



De forma irremediable, los dos amigos se enamoran de Gilda, y ella, y aquí está el quid de la cuestión que tan sorprendente resulta en contraposición a los cánones socio-culturales imperantes, -y más aun en aquellos años-, los ama a los dos. Se ve incapaz de elegir -lo explicitará con una brillante comparación entre dos tipos de sombreros, diferentes entre sí, pero ambos maravillosos-, y les propone un “pacto entre caballeros” -más adelante, en un momento de crisis, no tendrá más remedio que acreditar que ella no lo es- : vivirá con los dos, les ayudará en sus respectivas carreras artísticas, pero entre los tres no habrá “nada de sexo”. Sin duda, una aspiración complicada que los llevará por unas cuantas desventuras vitales de rupturas y conatos de matrimonio no deseado, hasta un final que no es cuestión de revelar ahora, pero que considero toda una declaración de intenciones.



Como siempre en el cine de Lubitsch, los diálogos cargados del humor más inteligente, sarcásticos e irreverentes, fluirán sobre una puesta en escena sofisticada y vertiginosa, y unas interpretaciones maravillosas (sobre todo, Miriam Hopkins, que llena la pantalla con una luz que enamora). En España es conocida como “Una mujer para dos”, sin duda muy ilustrativo, pero me quedo con “ese diseño para vivir” que puede dar lugar a interesantes y variopintas consideraciones. En definitiva, esta película es un placer, otra maravillosa comedia que os recomiendo encarecidamente.


Bluebeard’s Eighth Wife/La octava mujer de Barbazul, Ernst Lubitsch (1938).
Por todos es bien conocida la avidez violenta y aniquiladora para con sus esposas del siniestro personaje del cuento de Charles Perrault. Pero también -sin pretender frivolizar en absoluto sobre una cuestión tan dramática- quien sale finalmente victoriosa y quien es castigado. Sobre estas premisas, en la ironía sin fin de Lubitsch -como en la de Billy Wilder y Charles Bracket, que adaptaron como acostumbraban una exitosa obra de teatro-, no hay lugar para el asesinato, pero desde luego sí para un civilizado divorcio. Y de esta manera, en el film nos va a contar sobre la relación amorosa entre un magnate norteamericano, del que pronto descubriremos con su futura mujer que acumula ya un saldo negativo de siete ex-esposas, Michael Brandon (Gary Cooper), y Nicole de Loiselle (Claudette Colbert), la hija de una familia de nobles franceses venidos a menos, que al conocer el currículo de su prometido decide continuar con el proyecto de matrimonio únicamente por razones económicas, que quedan expresamente explicitadas para ambos en una suerte de acuerdo prenupcial.



Estas son las premisas argumentales, que no difieren demasiado de otras propuestas de este u otros directores de aquella época u otras posteriores. Porque donde el cine de Lubitsch alcanza la excelencia es en la manera de construir sus historias, en las situaciones anecdóticas desde donde nos lleva, y por donde nos hace pasar, para sumergirnos en la trama, que podríamos considerar las manifestaciones plausibles de su legendario estilo. Y como ejemplo, la presentación de su protagonista, que acude a unos grandes almacenes de la Costa Azul francesa para comprar únicamente la chaqueta de un pijama, proponiendo al afectado dependiente adquirir solo esa mitad del conjunto y pagarle por lo tanto la mitad del precio estipulado para el conjunto. La inconcebible demanda provoca una reacción en cadena del dependiente, al encargado, que a su vez se dirige al vicepresidente, éste ya parapetado en su despacho, que nuevamente considera la enjundia de la cuestión merecedora del parecer del presidente. Este señor, casi un anciano, es requerido al teléfono por su mayordomo y se ve obligado a salir de la cama, mostrándonos sin pudor sus enclenques piernecillas desprovistas del pantalón del pijama, confirmando de esta manera Lubitsch las razones de Brandon: la mayoría de los hombres solo hace uso de la chaqueta del pijama para dormir. Y sin embargo, en un nuevo nivel de irónica exposición de la contradicción humana, el máximo responsable de la tienda desautoriza enérgicamente la operación, que podría representar un precedente inasumible para la empresa, y aconseja que se le ofrezca un sombrero de paja -y aun veremos entre risas al dependiente inicial trasladar la oferta-. Como antes le habíamos visto confesar su especificidad en ese asunto: “-Soy un caso muy especial. Duermo solo con bufanda”.



Y en medio de tamaño enredo, aparecerá como improbable salvadora -se queda con los pantalones sobrantes-, la otra protagonista y antagonista del primero, junto al que protagonizará una de esas intensísimas guerras de los sexos cinematográficas, que sin duda han creado escuela, acompañados por algún personaje interpuesto (un estupendo David Niven). La tensión llegará a su cenit cuando Brandon tenga que ser ingresado en un sanatorio mental, con camisa de fuerza incluída, y termine su terapia repitiendo sin descanso, para autoconvencerse “-Me siento bien. Me siento bien. Mañana también me sentiré bien”. Y voy a terminar, que ya me está entrando la risa. Pero antes quisiera recomendar entre carcajadas esta maravillosa comedia, con un dúo protagonista de acreditada solvencia en el género -aunque aquí me río especialmente con Cooper y sus arreglos para calmar los nervios-, rebosante hasta los bordes del más inteligente sentido de humor, el que nos ayuda a reírnos de nosotros mismos como ante un espejo. El único y genuino genio de Ernst Lubitsch.


© Maria Verchili Martí.
Un autor magnífico. Sutil, irónico, elíptico. Ya dijo Billy Wilder que Lubitsch hacía más con una puerta cerrada que muchos otros con una bragueta abierta. Y el propio Wilder siguió su camino.
Sí es magnífico, tan moderno, casi actual, y con un genio para la elipsis efectivamente prodigiosa, tan inteligente- y que nos creía inteligentes-.Esa frase de Wilder también me gusta mucho, y también la he referenciado. Gracias por el comentario, Roberto.
Un extenso y pormenorizado análisis del cine de Lubitsch. Felicidades María
Muchas gracias, Francisco. Centrado en estas tres películas, pero tratando de recoger las esencias de su estilo, y el impagable sentido del humor que recorre su obra.
Estupendo texto Maria. De las tres de la que mejor me acuerdo es de ‘Design for Living’, mostrar en 1933 la relación triangular de una mujer enamorada de dos hombres parece impensable y, sin embargo, aquí está esta deliciosa obra maestra, poblada de diálogos fantásticos y situaciones divertísimas.
Muchas gracias.😍 Las tres son maravillosas, pero como ves en la foto de la portada, yo quería destacar ese trío brutal para esa o cualquier época, de una mujer que elige a dos hombres…Es tan sorprendente, y está tan mágica Miriam Hopkins. No puedo amar más a Lubitsch.😁🥰🥰❤📽🎬🎞Único en su especie.