
“Nací cuando me besó. Morí cuando me abandonó. Viví unas semanas mientras ella me amó».
Sé que esta película, adorada por hordas de cinéfilos y cinéfilas de todo el mundo, ya ha sido analizada, comentada y retratada en innumerables ocasiones. Pero esa razón, estas líneas solo se pueden entender desde la urgencia personal, sentimental, de una cinéfila más, que también la adora, y para la que es una de las pelis de mi vida -tengo una necesidad crónica de recordarla-. Esa misma urgencia, que creo que a los que nos atrapa, nos transmite el Cine de Nicholas Ray. Esa urgencia que te lleva a leer sobre su figura. A descubrir a un autor muy especial, siempre en falta con la vida y con el Cine, alcohólico de los grandes, con importantes episodios de inestabilidad psíquica severa -no digo ni mucho menos que sea el único, más bien hubo unos cuantos en Hollywood-, que evacua inconteniblemente esa desazón emocional en su Cine, tan imperfecto, desde un análisis estrictamente formal, como inconmensurable, desde un punto de vista artístico. Arte universal, para mi.


A estas alturas, si has seguido leyendo, sabrás que soy una enamorada del Cine y del universo de Nicholas Ray. Por razones tan subjetivas, apasionadas e irracionales como lo son sus películas. Alquimista del desequilibrio, de la urgencia vital y del amor condenado, su filmografîa está plagada de obras maestras («They lived by night»/ «Los amantes de la noche» (1948), su maravillosa opera primera como director, la emblemática «Rebel without a cause»/»Rebelde sin causa» (1955), «Bigger than life»/»Más poderoso que la vida» (1955), la extraordinaria película antibelicista «Bitter victory»/»Amarga victoria» (1957), o «Party girl»/»Chicago años 30» (1958), entre otras). También de productos de serie B elevados a la categoría de films de culto (aquí destaca entre otras la inconmensurable «Johnny Guitar» (1954), como de sonoros fracasos de taquilla, y de algunas superproducciones ingobernables y desquiciantes con las que nunca consiguió recuperar la brillantez de su etapa de plenitud («King of kings» /»Rey de reyes» (1961) o «55 days at Peking»/»55 días en Pekin» (1963). Y desde luego, esta película es para mi su culmen. Una de esas historias que me apasionan de “Cine dentro del Cine”, calificada como Cinema Noir -aunque evidentemente sobrepasa ampliamente ese, o cualquier otro intento de etiquetaje-, triste, romántica, devastada, desesperanzada, y sin duda, genial.
Basada en la novela homónima de Dorothy B. Hugues, que ha sido calificada como el primer retrato de un serial-killer sociópata, y que introduce además una mirada feminista sobre la figura del depredador sexual, Ray tomó el material literario de Hughes y lo adaptó a sus filias y fobias, para componer un relato muy diferente al de la novela.

En Los Angeles, Dixon “Dix” Steele (Humphrey Bogart) es un guionista en horas bajas, sin ningún éxito “desde antes de la guerra”, con fama merecida de conflictivo y violento. Asqueado con su último encargo laboral, la adaptación de una obra de escasa calidad literaria, al enterarse de que una empleada del bar que frecuenta, Mildred, la ha leído, le pide que le acompañe a su casa y se la cuente. Y ella, no sin importantes dudas al respecto, finalmente accede. A la mañana siguiente Dix se entera por su amigo policía y ex-compañero en la guerra, de que Mildred ha sido asesinada, y lógicamente, él es el principal sospechoso. A partir de ahí, con la sospecha planeando sobre nuestro protagonista, la investigación del crimen corre pareja a la historia de amor entre Dix y su nueva vecina Laurel Gray (Gloria Grahame), a la que Ray nos presenta en la secuencia de su interrogatorio como posible testigo ocular, con sus contestaciones a las peguntas de los policías, indirectamente lanzadas hacia Dix, proverbialmente fabulosa.
Los personajes de esta peli, y las interpretaciones de los actores -tanto Bogart como Grahame están fantásticos- albergan varias lecturas. Desde la querencia a la violencia y a un maltrato plausible hacia su pareja de Dix, hasta un sufrimiento contenido y finalmente emancipador de Laurel tras la decisión de la separación. Para mi la esencia del film, que conecta ineludiblemente con el espíritu intrínseco del discurso rayano, se encuentra en esa tensa dicotomía entre la autenticidad siempre cuestionada y las apariencias y los usos sociales mayoritarios, que siempre le van a la contra al héroe, que a la postre siempre consiguen destruirlo.
También es ineludible la reflexión sobre algunos de sus personajes secundarios, de los que Ray se sirve para componer un fresco feroz de las miserias de la industria donde casi siempre sobrevivió en precariedad. Como Charlie (Robert Warwick), el viejo actor del Cine silente ahogado en alcohol al que todos humillan, pero al que Dix se empeña en dignificar -es uno de los suyos, como Ray-. O su agente, un compañero leal que acompañará a Dix cuando no quede ya nadie de su lado. No puedo evitar referirme también a la inevitable identificación como espectadora, de las neurosis de Dix con las propias del director. Tampoco puedo obviar que él y Gloria Grahame se estaban separando durante el rodaje de esta película. Un nuevo nivel de Cine dentro del Cine, de vida dentro de la vida, que probablemente, unido a otros muy loables elementos artísticos, convierten este film en una milagrosa porción de la realidad más humana, más vívida, más auténtica, que he visto en una pantalla de cine.



Una mención especial merecería para mi Gloria Grahame (a Humphrey ya se le conoce muy bien, aunque tampoco puedo olvidar que él ya se encontraba por aquel entonces también en una crisis importante con Lauren Bacall). Esta actriz, con una historia personal apasionante y problemática, que vio truncada su carrera por esa falta de acomodación a los estándares morales del Hollywood de la época que a tantos escandalizó, y que acabó sus días en un romance otoñal con un actor inglés más joven que ella -de nuevo, contraviniendo las reglas, la Grahame- (hay película reciente sobre este pasaje final de su vida “Stars don’t die in Liverpool”, con Annete Bening como Gloria), se me clavó en el alma con esta peli y ahí se ha quedado. Es una de mis actrices fetiche.



En definitiva, esta es una película de las muy especiales, de las que definen y construyen un discurso cinematográfico singularísimo, de las que comenzaron a señalar los caminos hacia la autoría artística y hacia los nuevos Cines de las décadas venideras, de las que ayudaron a forjar la pasión cinéfila por las pasiones más humanas del celuloide. Una obra maestra. Un capítulo esencial de mi serie personal del Cine-vida. Y es también la película que presta su nombre a este espacio de mis películas preferídisimas.

© Maria Verchili Martí.
Pelicula memorable y la reseña que haces de ella, muy buena.
El punto de vista que introduces ayuda a comprender y empatizar con esos protagonistas cuyos dramas y servidumbres no les permite conciliarse y vivir lo más valioso que tienen.
Es una peli muy especial.Muchas gracias por tu valoración.Para mi es muy rayana en un sentido autobiográfico por los rasgos de carácter de Dix, por sus penas, por el fracaso del amor que podía ser redentor, por la estampa que compone del Hollywood clásico…Y por un tono, una puesta en escena muy propia, entre la arquitectura espacial y el desequilibrio emocional.