
Hay otro Cine español -eso se comenta en los círculos especializados-, caracterizado en base a una supuesta alteridad por su ausencia de los circuitos más a menos habituales, por su limitada difusión, y que por tanto implica un conocimiento limitado, tanto como por su singularidad o por su falta de acomodación a las tendencias mayoritarias. Un buen día, alguna de esas obras en los márgenes alcanza una fórmula especialmente lograda, que manteniendo su autenticidad y libertad creativa, consigue irrumpir con fuerza en las audiencias masivas.
Ese fue el caso del director ilicitano Chema García Ibarra y su imperdible “Espíritu sagrado” (2021), una de las mejores películas de nuestra filmografía en los últimos tiempos, amén de altamente estimable para mi en el contexto internacional en su año de producción. Esta magnífica amalgama de ufología, clarividencias extrasensoriales y revelaciones proféticas, atravesada por un retrato socio-cultural inquisitivo y de máximo interés para la ciudadanía contemporánea, es la culminación en el largometraje de un discurso artístico sustentado sobre unos espacios comunes tremendamente sugerentes. Considero indiscutible que hay un universo propio y distintivo en el Cine de Chema García Ibarra. Su Ciencia-ficción de connotaciones sociológicas, sociales y pseudoemancipadoras -trataré de explicar esta última conceptualización, siempre personal, a lo largo de mi exposición-, humanistas al fin, insobornablemente situada en los barrios obreros de su Elche natal -concretamente en Carrús, el suyo-, y siempre conducida por actores y actrices no profesionales, me parece una propuesta artística original y especial, que aporta calidad y frescura a nuestro Cine, y que remite a todo un acervo cultural cutre-freak «nacional» muy de mi gusto, atravesado por las consabidas referencias a la Serie B fantástica.
Por mi parte, me reconozco limitadamente bregada en el mundo del cortometraje cinematográfico. Es un ámbito que una mayoría cinéfila tenemos poco transitado por motivos análogos a aquellos que definen los otros Cines. Pero lo cierto es que entorno a estas piezas fílmicas sintéticas, que en absoluto sencillas, a menudo comienzan su andadura autorías singulares, necesariamente casi amateurs, más libres, más auténticas, preservadas de las corrientes predominantes de la industria. Y ese es nuevamente el caso del Cine de García Ibarra en formato corto, que ha resultado muy laureado, por cierto, en varios reputados festivales de Cine, como Sundance, Berlin o Locarno. Así que, siguiendo la estela de ese espíritu sagrado cinematográfico, quisiera hacer un viaje cinéfilo por los interesantes precedentes que lo han guiado desde finales de la primera década de los 2000.
“El ataque de los robots de Nebulosa 5” (2008).



En su obra de debut, un trabajo multipremiado, por medio de una voz superpuesta, nuestro protagonista Jose Manuel, el primo omnipresente de García Ibarra, reflexiona sobre su suerte. Ha recibido una señal del cosmos. Un día emocionante y especial, el día de su bonita fiesta de cumpleaños, se asomó a la ventana para ver qué tiempo iba a hacer al día siguiente. Su interés previsor encontró su justa compensación. Allí mismo un rayo telepático, llegado directamente del planeta Nebulosa 5, le confirmó su destino, era el Elegido para salvar a unos pocos cuando llegue la invasión de los robots. Y él desde luego lo tiene claro, las dos personas que más quiere, su madre y su primo Jose Carlos, serán a su vez sus elegidos -resulta emocionante y divertida a la vez, esta conmovedora confesión de amor, como también el lamento frustrado por la incredulidad al respecto de los implicados-.



Con esta premisa argumental del orden del Fantástico, el autor nos invita a conocer a un chaval del barrio -gente normal, le he oído comentar en varias ocasiones, que vive en casas normales y tiene vidas normales- con disfunción psico-intelectual. Nos cuenta sobre sus inquietudes, sus lógicas internas de pensamiento, su realidad íntima y psicosocial -me encanta el comentario airado contra las burlas de sus vecinos, – “Espero que sufran mucho cuando los robots les maten”-. Una persona diferenciada a priori de las mayorías y de los valores vitales que imponen, por sus características personales, que en el esfuerzo y la determinación para llevar la misión encomendada a buen puerto, nos lleva a su vez hacia una hermosa reflexión inquietante a la par que humanista sobre esos mismos desórdenes morales que desnaturalizan finalmente aquello que es realmente importante. Se trata de cuestiones bastante sencillas en realidad, pequeñas, que quedan reivindicadas y se alían expresivamente con una técnica formal minimalista en blanco y negro -me recuerda al mejor Jim Jarmush, entre otros-, depurada, en el límite de lo naif -como en esos dibujos de los malvados alienígenas y sus armas, que podrían ser obra de un niño pequeño y nos vuelven conmover-, y con un tono que finalmente resulta realista en la ensoñación y desesperanzado en la esencia. Toda una declaración de intenciones, para mi.
https://m.youtube.com/watch?v=IxMf0PTzJps
“Protopartículas” (2009).



En su siguiente propuesta nos encontramos con un astronauta recién regresado de un experimento que ha conseguido probar la existencia de la protomateria, aquel elemento esencial de la conformación del cosmos, que tanto recuerda a míticos seriales televisivos del ramo como “Star Trek”. Semejante descubrimiento sin parangón ha convertido a nuestro protagonista en responsable y valedor del mayor secreto de la humanidad. Como le ocurría al Elegido de Nebulosa 5, este hombre comprometido, resignado a su excepcional condición, debe continuar con su vida en el devenir cotidiano del barrio, sin desenfundarse en ningún momento su traje extravehicular. Él mismo nos lo cuenta. Se debe mantener siempre protegido de los peligros ambientales. Tiene que hacer compatible toda esta incómoda parafernalia con su trabajo de cajero en un supermercado o con una tarea tan prosaica como acercarse con milimetrados y dificultosos movimientos al contenedor para tirar la basura -así será como lo conoceremos en ese plano fijo inaugural desde el fondo de su calle-.
Afortunadamente, una bonita familia lo ha acogido, le está permitiendo disfrutar de un poco de calor de hogar. Esa nueva madre le cuida, y junto a su hijo, pasan agradables momentos de televisión y cháchara en casa, que por momentos le permiten evadirse del peso de su destino.
Haciendo uso de similares recursos formales y expresivos, García Ibarra retuerce nuevamente en su narración los estímulos emocionales de su Cine para mantenernos en una tensa confrontación entre el humor más negro del absurdo y la concienciación reflexiva sobre esta, como tantas otras existencias, que gravitan tal vez entre el trastorno mental, el común vacío existencial o incluso la enfermedad terminal. Y también en esta segunda ocasión, las misiones interestelares y fantásticas se erigen en el asidero a un cierto bienestar, la vía de escape hacia realidades más placenteras.
“Misterio” (2013).

Porque, con la única excepción del cenit alcanzado en “Espíritu sagrado” -es cierto que en esa propuesta potenciado con otras tantas interesantes variables-, el otro punto álgido de esa tan ilustrativa metáfora de escapismo existencial hacia el cosmos en el discurso artístico de García Ibarra, se encuentra para mi en este cortometraje excepcional. Para empezar, el cineasta pone en el centro de la trama a una mujer, un tipo socio-cultural y humano, reflejado en escasísimas ocasiones en la pantalla grande de esta manera. A Trini (encarnada por una actriz no profesional, como siempre en la obra de este cineasta), una modesta trabajadora de la industria textil, tan arraigada en Elche y la comarca de la Vega Baja, le encanta leer sobre el universo y sus misterios. Y precisamente en su mismo barrio, se ha presentado otro misterio que parece de naturaleza mariana y milagrosa. El hijo de la Mari Tere, una vecina, ha sido abducido por el espíritu de la Virgen. Si acercas la cabeza a la nuca de ese hombre joven, obeso y llamativamente apático, pasivo, puedes escuchar los sabios consejos de la madre de Dios.



Solo puedo adelantaros que será precisamente Trini la que desentrañe el misterio, la que será capaz de encontrar en esa revelación su propio camino. Porque, aunque sea imposible no considerar unas circunstancias personales que se podrían calificar como desalentadoras, con un marido unido de por vida a una bombona de oxígeno y un hijo con cierto grado de discapacidad psíquica y adscripción neonazi -para mi un magnífico golpe de efecto inicial, la revelación de la bandera con la esvástica que preside la habitación del chaval, cuando Trini la recoloca en la pared rutinariamente mientras limpia-, casi nadie podíamos presuponer la intensidad de la determinación de su trascendente decisión. Tras su visita al supuesto mensajero divino, Trini nos comunica una gran revelación. Quien anida en el cuerpo del chaval es en realidad un ser de otra civilización superior que la ha elegido para acompañarle a su planeta. Y la gran noticia, por la prudencia debida, no la va a comunicar directamente ella. Dejará una carta que su vecina Mª Carmen lee directamente a cámara -implicando con brillantez al espectador, ya que lógicamente la misiva va fundamentalmente dirigida a su Jose Vicente y a su Jose Luis, que no saben leer-. La lectura de esta mujer, que ya habíamos conocido en una conversación trivial de escalera, sentada en una mesa y recortada en el plano sobre un tapiz imposible de animales salvajes y paisaje selváticos, es otro de los impactantes e irreverentes instantes que esta pequeña gran obra nos vuelve a regalar. Mientras tanto, los abandonados compañeros de vida nos son mostrados incrédulos, desconcertados y tristes -y eso que Trini les advierte de toda la comida preparada que les ha dejado en el congelador-.
No puedo dejar de destacar la esmerada ambientación de los espacios físicos en los que transcurren estos días tan importantes para nuestra protagonista, por la dirección artística de Leonor Díaz. La precaria cocina del piso familiar, la fábrica-taller de confección donde Trini y sus compañeras se afanan con las máquinas de coser al ritmo de la música tecno febril de un transistor analógico, o la desvencijada trastienda donde el falso elegido recibe a las vecinas en cola, ataviadas todas con esos jerséis estampados que me recuerdan a los que llevaba mi tía Carmen, para poder participar del milagro, consiguen emular un acervo estético, tan ajeno a la mayoría de las audiencias de este tipo de film, como representativo de realidades socio-ecnómicas y culturales presentes en cada barriada de este país.
Y además, está ese hermoso final. Poético, desgarrador, por supuesto, también rayano en lo ridículo. Trini abandona a su marido y a su hijo en la orilla de la playa. Camina con determinación hasta la vegetación mediterránea de monte bajo aledaña. Y desaparece. Por mucho que gritan, ¡Mamá!, no la encuentran. Hasta que unas niñas jugando vuelven a gritar. Entre los árboles yace el cuerpo sin espíritu de Trini, recostado de lado, en posesión fetal.
Por fin ha emprendido su viaje. ¿Pero hacia dónde?
“Uranes” (2013).

Ese mismo año, en el contexto de un proyecto de producción y financiación colectiva por parte del Canal Calle 13, con unos medios y requisitos tasados, García Ibarra afrontó su primera obra de mediometraje. En esta ocasión ensaya una nueva propuesta de reminiscencias fantásticas, sobre la base de una historia familiar dramática, poniendo en juego además unos recursos narrativos de reconstrucción gradual, junto a la estética apagada y sucia del formato de video VHS -para mi y tantos otros, muy generacional-.
La película arranca con las fotos en pantalla de Jose Luis bebé, mientras un narrador omnisciente que no nos abandonará hasta el epílogo final, en la voz del propio director y con el tono natural, sencillo y desdramatizado marca de la casa, nos cuenta que nació con un tumor cerebral, extirpado al nacer y provocado por una enfermedad que probablemente dificulte su superviviencia. Maite, su madre, no ha podido olvidar el comentario del médico que les atendió, “No se encariñe mucho con él. Imagínese que es un muñeco que se queda sin pilas” -no puedo evitar percibir aquí un cariz íntimo, teniendo en cuenta que nuestro protagonista una vez más es Jose María Ibarra, el primo hermano del creador-.
Pero contra el pronóstico de la Ciencia, el chaval se hace mayor. Le gusta disfrazarse -sucesión de más fotos, un recurso expresivo que atrapa la emocionalidad de un instante en el recuerdo, contraponiéndose formalmente a las bases audiovisuales en movimiento del Cine-, y su disco favorito es la ópera-rock “Jesucristo Superstar” interpretada por Camilo Sesto. Además tiene un hermano mayor, Francisco, que García Ibarra nos presentará nuevamente por medio de una foto, en esta ocasión de una celebración familiar, con Jose Luis, sus primas y una tía en primer término, disfrutando, y con su figura esquiva en profundidad de campo en un borde lateral que parece estar huyendo. Y aquí llega la primera revelación de unas cuantas. Francisco, uraño y antisocial desde siempre, tenía sus poderosas razones. Fue abusado por su abuelo materno desde la niñez y como anunciaba aquel fotograma, ha decidido desaparecer, al mismo tiempo que los padres de los dos hermanos.



En consecuencia, años más tarde, tras haber cumplido su condena, a Jose Luis no le queda nadie más que su abuelo. Con él vive semiaislado en un caseta de campo mal acondicionada. Y en el destartalado almacén será donde un buen día aparezcan los huevos, ovoides, como en tantos otros muchos lugares. Parece que hay una auténtica invasión, que los científicos tienen que ir inventariando y analizando, y que propiciará el reencuentro final de los dos hermanos y una amarga compensación vital para Francisco.
A partir de aquí, García Ibarra va introduciendo los elementos biográficos necesarios que van recomponiendo ese rompecabezas fotográfico que nos propuso al principio. El plaguicida clandestino con el que el abuelo de los chavales trapichea para sobrevivir, de una toxicidad letal, tendrá un papel esencial en la resolución de la venganza. También la introducción en la distancia de la abuela de los niños, en un giro provocador de la narración, cuando la mujer se nos presenta en su salón, vestida con un pijama-mono que casi parece un disfraz, con los cascos puestos mientras sigue una misa por la televisión y responde religiosamente a todas las oraciones de la eucaristía. Por lo visto, sufre demencia senil, se separó de su marido cuando se descubrieron los terribles abusos y vive recluida y avergonzada sin contacto con sus nietos. Y finalmente, el hijo pródigo, al que nunca le veremos el rostro -como al abuelo, y en consonancia con aquella foto-, que después de intentar estudiar Ingeniería aeronáutica o Matemáticas, consiguió finalmente licenciarse en Astrobiología. Actualmente es el encargado precario de visitar las casas, las casuchas, y los sótanos para registrar las apariciones. Y era cuestión de tiempo que un día le llegase el emplazamiento de la finca donde viven su abuelo pederasta y su hermano.


Justo en este momento, pese a las referencias precedentes, el tono del narrador se enerva rememorando el dolor, la vergüenza y el odio de Francisco, mientras en pantalla asistimos a su lastimera rutina de inspección de hallazgos extraterrestres, con esos toques de negra comicidad tan propios de este creador. Y entonces, una conexión neuronal le lleva a la revelación -como siempre en las historias de García Ibarra-, una Teoría trascendente, un chasquido: los ovoides siempre aparecen en lugares donde ocurrieron muertes violentas. De ahí a la resolución de la desaparición de sus padres, y a la venganza, le queda una visita más, y un plano fijo de la puerta de la casucha.
Pero desgraciadamente Jose Luis se quedará absolutamente solo. No sabemos qué suerte correrá su película, “muy personal, de autor, a medio camino entre el documental y la ficción, como Julio Médem o Isabel Coixet”, que rodaba con técnicas cinegéticas. ¿os recuerda esto a algo? ¿Y qué pasará con su tema musical principal “A todo querer”?
Sus dos últimas propuestas en formato corto, previas al gran debut en el largo del año pasado, “La disco resplandece” (2016) y “Leyenda dorada” (2019), son otros dos interesantes estudios sociológicos, una suerte de pequeñas y precisas incisiones analíticas en el transcurrir de la vida de gentes corrientes, con un especial protagonismo como grupo de los adolescentes. Por un lado, una pandilla de chavales y chavalas, que han planeado una noche de marcha y música en un recóndito paraje semidesértico donde hace muchos años había una popular discoteca, se divierten mientras rememoran un misterioso avistamiento de ovnis que llegó a concitar a las autoridades militares y a los servicios de inteligencia. La pieza de García Ibarra se inserta en «In the same garden», un proyecto turco en coautoría sobre las relaciones socio-culturales del país otomano con Armenia. En el segundo, dos chiquillas pasan la tarde en la piscina municipal de su pueblo en un tórrido día de verano, cuando comienzan a suceder curiosos acontecimientos inexplicables, después de una sesión de espiritismo presidida por el celebérrimo asesino de mi adolescencia Antonio Anglés, autor todavía hoy en busca y captura del no menos mediático caso de las niñas de Alcàsser -a estas alturas sin duda un tópico de la crónica negra patria con la que el director continua componiendo ese universo personal cargado de referentes de la cultura popular de nuestro país- .








En definitiva, la trayectoria de García Ibarra en esos espacios hasta hace poco tiempo minoritarios, casi clandestinos, observada en perspectiva temporal desde su actual eclosión mediática, nos permite apreciar un discurso artístico milimétricamente coherente y fundamentado en una mirada conmovedora, humanista, sobre gentes corrientes siempre fuera del foco. Personas que por unas u otras circunstancias encuentran en la fenomenología de lo sobrenatural, de lo paranormal, de la ensoñación de viajes interplanetarios, una fuerza tan liberadora y emancipadora, como amarga en su verosimilitud -afirma García Ibarra que no le interesa tanto la creencia injustificable, como las inquietudes personales que invitan a abrazarla-.
Además, su empecinamiento localista en la ciudad de provincias que mejor conoce, la suya, su apuesta por la frescura y la naturalidad de los intérpretes no profesionales, con ese acento característico de un espacio lingüístico a medio camino entre la Comunitat Valenciana y Murcia, y la factura formal tan elaborada en los detalles de la ambientación y tan fetichista de un cierto feismo, que han conseguido suscitar el interés de espectadores cercanos y ajenos, a mi me parece una ajustada reivindicación del posicionamiento calmo y autoconsciente, siempre con un equipo conocido y cohesionado, casi familiar, como mejor fundamento de la creación artística en estos tiempos desajustados y tan uniformizados.
Es mi intención detenerme justo aquí, justo antes de una gran película de nuestro Cine reciente, “Espíritu sagrado”, de la que ya se ha hablado mucho, pero sobre la que seguro que quedan cosas por decir. Por ahora, me conformo con recomendarla con admiración. Pero tampoco puedo terminar sin permitirme un homenaje final a una secuencia del film, que lo es a todas las pequeñas piezas precedentes. Jose Manuel y su sobrina Vero están disfrutando en una típica atracción de feria en movimiento, han decidido hacer algo especial antes de la partida. Y mientras se balancean arriba y abajo, entre risas y miradas cómplices, suena con fuerza esa versión rumbera imposible de ‘Zombie’ de mi adorada Dolores O’Riordan -me explotaba la cabeza de ideas y sensaciones, en un punto narrativo del film en el que ya intuimos la oscuridad de su desenlace-. Un instante muy especial de Cine para mi, como otros tantos en la filmografía de este autor más que estimable.

© Maria Verchili Martí.
Es impagable reivindicar cineastas locales y underground que transitan entre lo documental y lo ficcional. Felicidades María
Sí.Ha sido una grata sorpesa el Cine de este creador. Es muy interesante su propuesta para mi. Muchas gracias por el tiempo y la valoración, Francisco.
Thanks.
You,re wellcome.
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